10 de Marzo de 2008
Piano Malango: Exultante regreso de Manuel Obregón al formato de piano solo .
Alberto Zuñiga
Comparto con la historiadora costarricense Eugenia Ibarra cuando escribe, para el programa de mano del concierto Piano Malango de Manuel Obregón, que “la música es capaz de hablarnos sutilmente de la historia de nuestra identidad”.
Me gusta mucho eso de que la música nos habla. Creo que siempre lo he experimentado. Y, desde luego, que también coincido con ella en que la música puede hablarnos de la identidad de quienes la hacen, la escuchan y de los lugares donde fue y es creada.
Obregón, en su regreso al piano solo, recuperó algunas canciones que se nos estaban perdiendo y otras que simplemente estaban perdidas en nuestro abundante e involuntario desconocimiento.
Todo empezó con un pasillo panameño, Brisas mesanas . Una variante de vals, quizás peruano, que fue expresado de manera suave, cadenciosa aunque ayuna de lirismo. El jarabe cruzado Dos bolillos , proveniente de Nicaragua, aportó cierta picardía que no pasó de ser una cierta picardía pues tuve la impresión de que Obregón hizo a un lado los acentos rítmicos, ahora si, en favor de una expresión más lírica.
Con la Mora limpia , el concierto empezó a adquirir sus verdaderos tonos. Menos calculador, el pianista dejó correr la mano izquierda con seguridad poética y la hermosa línea melódica de este tema creció limpia, precisamente. De Wálter Ferguson llegó un calipso, Going to Bocas , con una exquisita introducción que fue retomada al final.
Con este tema la sesión adquirió un carácter expresivo muy necesario para mantener la atención del público.
A una marcha fúnebre, Danza negra , nicaragüense, ejecutada con estrecha profundidad le siguió el primer tema que sacó emotivos aplausos. El concertista interpretó uno de los tantos y maravillosos boleros de Ray Tico. La ejecución de Dialoguemos fue realizada con gran carácter y equilibrio entre los tiempos del bolero, el blues y líneas melódicas de majestuoso romanticismo. Merecía los aplausos.
De Guanacaste tomó un son de toros, La chichera , que en una dupla con El danzón de pianguita , una composición de don Ulpiano Duarte, me revelaron que Obregón ha entrado finalmente en ese nivel donde los músicos inician la depuración de su propio sonido y estilo, en fin, su propia voz como se hace en el jazz .
Bajó la intensidad alcanzada algunos grados con un nuevo son de toros titulado La tórtola , quizás porque el artista perdió algo de concentración, aunque en el siguiente tema recuperó la natural profundidad inherente en estas canciones. Gracias a un gospel tradicional de Limón, exploró la noche con acentos y cadencias que conoce muy bien: el blues , el calipso, el jazz primitivo de New Orleans.
Con los últimos tres temas, un punto panameño, un fox trot del compositor nacional Jimmy Fonseca Mora y otro glorioso tema de don Ulpiano, puedo asegurar que Manuel Obregón obtuvo lo que desde un principio quería de este concierto. Dejó libre el espacio para que cada espectador saque sus propias conclusiones pues estoy seguro que, aunque hubo comunión absoluta con el pianista, cada quien recuperó algo muy íntimo, inmensamente personal.
Tomado de http://www.nacion.com/viva/2008/marzo/10/viva1456066.html