20 de Abril de 2008
Hay gente que se pasa la vida sacándole brillo a lo cotidiano
Jaime Gamboa
jaimegam@gmail.com
Hay gente que no puede estarse quieta, que nació con la urgencia de estar siempre abriendo trochas y enseñándonos esos rincones de la casa donde nunca miramos. Gente que se pasa la vida sacándole brillo a lo cotidiano y avivando lo universal que late en nuestras costumbres más locales.
Conocí a una de estas personas hace casi 20 años. Venía llegando de Europa y tocaba el piano. Se llamaba Manuel Obregón y entonces era solo un nombre más. Aún no había grabado ninguno de sus veinte discos y apenas unos cuantos lo habíamos escuchado tocar.
Meses después, una amiga saxofonista me propuso entrar en un proyecto para tocar blues . Era algo que estaba organizando “aquel mae Obregón, ¿te acordás?”.
Las cosas se hicieron al estilo de Manuel: un ensayo y vámonos. Después, durante el concierto vi por primera vez algo que vería repetirse en muchas ocasiones: de la mano de Manuel, seis músicos que apenas nos conocíamos, subimos al escenario sin partituras, a tocar un repertorio totalmente desconocido, dando como resultado… un éxito.
Cualquiera diría que con los años uno se llega a acostumbrar a esa clase de milagros, pero no es cierto.
Desde entonces lo vi crear decenas de agrupaciones, unas efímeras, otras más duraderas. Lo vimos cuadrarse con los marimberos de Masaya y crear una danza entre su piano y la música tradicional nicaragüense, o internarse en el bosque lluvioso y grabar una Simbiosis entre los congos, los pájaros y las teclas. Luego nos salió con un enorme coro, fundiendo corrientes de la tradición caribeña, gospel , calypso y reggae . Después se encerró semanas con músicos de Centroamérica y creó la Orquesta de la Papaya. Su trabajo sobre la música de Agustín Barrios “Mangoré” lo convirtió en hijo ilustre de la ciudad de Asunción, Paraguay. El año pasado, junto con Manuel Monestel, reunió y grabó un disco en tributo a las leyendas del calypso limonense. Todo esto y más sin dejar de ser parte de Malpaís, nuestra aventura musical en común desde hace siete años.
Al final, lo único que se ha vuelto costumbre entre nosotros, es preguntarnos cada cierto tiempo “¿con qué nuevo invento irá a salir Manuel?”.
Y ahora lo hizo otra vez.
Con la Orquesta del Río Infinito, Manuel Obregón nos trajo más que una orquesta, una idea poderosa, una alucinación, un barco lleno de música que viene desde el sur rompiendo líneas de frontera. Una orquesta que Bolívar y García Monge habrían querido escuchar, una noche de abril junto al lago de La Sabana.
Tomado de
http://www.nacion.com/proa/2008/abril/20/proa1476362.html