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2 de Junio de 2007

Crónica de una Orquesta jamás anunciada

La magia musical de la Orquesta del Río Infinito fue percibida inmediatamente
por el público, a quien se sorprendió en el Teatro Municipal.

Alejandra Peña.
Investigadora

Latinoamérica está de fiesta. El pasado 7 de mayo, al calor de una ovación inusitada, se estrenó mundialmente la Orquesta del Río Infinito, dirigida por Manuel Obregón. Fue en el Teatro Municipal de Asunción, Paraguay, en el marco del concierto a dúo que el pianista costarricense brindó con la guitarrista Luz María Bobadilla. A pesar de las fuertes lluvias, el espectáculo congregó a sala llena al público que esos días asistió a la Semana Mangoreana en homenaje a los 122 años del nacimiento del guitarrista paraguayo Agustín Barrios, Mangoré. Marco perfecto para este nuevo experimento sonoro donde Obregón recrea y fusiona ritmos prehispánicos y criollos populares latinoamericanos, sin desconocer la música aportada por los europeos de la Colonia y de migraciones posteriores.

Esta Orquesta –cuya versión completa integra a músicos de toda Latinoamérica– se estrenó con los integrantes paraguayos, que dialogaron con el piano desde diferentes tra- diciones musicales, en una rica combinación de tambores ceremoniales kambakua, cello, violín y contrabajo de matiz clásico, además del arpa paraguaya proveniente de las misiones jesuíticas guaraníes del siglo XVIII. Un delicioso menú sonoro con sabor a tierra y a yerba mate, preparado con genialidad por Obregón.

Los ensayos del lago sagrado Que los dioses y diosas del lago Ypacaraí (agua bendecida, en guaraní) aprueban este sueño, no hay duda: a las pocas horas de su llegada allí, Ma nuel convirtió el antiguo Hotel del Lago en un espacio musical que no dejó de sonar por diez días. Allí se congregaron los nueve músicos que seleccionó en su viaje del año pasado. La invitación estaba hecha, y era temeraria: ¿Nutrirse de la tradición para renovarla?

Los instrumentos se posaron en el piso de madera. Era el mismo salón donde Barrios Mangoré alguna vez se sentó a imaginar melodías. Los músicos cerraron un círculo alrededor del piano de Manuel. Los conjurados acudieron a la cita temerosos, por no conocerse. Blas Flor, joven arpista y compositor autodidacta; Santiago, un cellista apasionado en constante crecimiento; Fernanda, violinista huidiza y observadora; Marcos, sutil y profundo como su contrabajo; los tres de formación académica bajo el visionario Celso Bazán. Un poco más allá, una franja amarilla de cinco tambores atrinchera a los Medina. Su líder, Lázaro Medina, un luchador por la cultura afro-paraguaya, sostiene con su cuerpo los ritmos frenéticos aprendidos de niño en las procesiones de San Baltasar. “Los kamba (negros) llevamos un dolor profundo en el corazón”, asegura con su sonrisa blanca.

El ensayo se inició sin muchas palabras. Hubo un silencio tenso, donde se detuvo la brisa del lago. Las primeras notas del “Preludio”, de Barrios, al piano se abrieron paso en el vacío, mientras todos retenían la respiración, y por un momento pareció ser el único sonido del mundo. Con un gesto de cabeza, Manuel invitó a los tambores, que se incorporaron con solemnidad ritual. Luego, a las cuerdas. El lirismo del violín fluyó apoyado en un cello nostálgico y en un firme contrabajo, como quien navega hacia un mar desconocido con valentía. El arpa completó el paisaje sonoro. Con el correr de los días, y ante un timonel tan experimentado en aventurarse aguas adentro como lo es Manuel, todos se vieron arrastrados por su corriente creativa, y se soltaron a improvisar, recrear y disfrutar de la propia música. Como si se tratara de un pozo de aguas interminables, el grupo sacaba más y más música. La universalidad de Barrios es ilimitada, y siempre deja lugar a una nueva versión.

La nueva Orquesta, imaginada por Manuel años atrás, no tenía lugar ni fecha de presentación, por tratarse de un mero experimento a largo plazo. Pero la música superó a los músicos. La semilla sembrada por este genial director prendió en forma inmediata, y una nueva sonoridad estalló en mil colores, como una guayaba madura. ¿Será que este lago sacralizado por los guaraníes está devolviendo sus sonidos rituales? ¿Será que el fantasma de Mangoré se está divirtiendo con este experimento? Lo cierto es que la magia musical de esta nueva Orquesta fue percibida inmediatamente por el público, a quien se sorprendió en el Teatro Municipal. Como si
le hubieran tocado sus fibras más íntimas, la gente pareció revivir el dolor de la guerra,
la nostalgia del exilio y el amor guaraní de atardeceres de tierra roja. De pie, con una tormenta de aplausos, anunciaron el nuevo sonido del corazón de América del Sur.

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