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10 de Marzo de 2008

¡Bravo, maestro Obregón!

Doriam Díaz
Periodista.

El piano fue barco. En el concierto de Manuel Obregón el sábado por la noche, el piano se convirtió en un barco y la música en pasaporte. Las notas musicales, salidas de las teclas blancas y negras tocadas por este maestro costarricense, llevaron al público del Teatro Nacional a un viaje por nuestra música, la de nuestro país y la de nuestra región. Fue un viaje lleno de magia, pasión, nostalgia y sentimiento, en donde las fibras íntimas de los presentes fueron sacudidas por obras de Panamá, de Nicaragua y de casi todos los rincones de nuestra Costa Rica.

El viaje no solo fue pasión y disfrute, fue una verdadera clase de música. Fue una lección compuesta de sones, pasillos, calipsos, boleros, danzones y hasta un vals que el maestro Manuel Obregón ha rescatado de nuestro folclor y las muestra dignas de aplausos y ovaciones en el Teatro Nacional.

Fue una lección de música, pero también una clase acerca de la riqueza de nuestras culturas e identidades. Quizá por ello, obras aparentemente desconocidas sacudieron fibras internas de quienes fuimos a ese viaje.

Toda la emoción se transformó en un caluroso aguacero de aplausos al final de cada 14 piezas interpretadas por el maestro.

El final conmovió a todo el teatro. Hubo quienes lloraron y otros terminamos con un nudo en la garganta. Obregón respondió a los aplausos repasando al piano dos himnos populares de nuestro país, Caña dulce y la Patriótica costarricense . Le sugirió al público cantar y, de un pronto a otro, un coro enorme e inusualmente afinado acompañó las notas de Obregón; incluso, hubo un momento en que el maestro dejó de tocar y se quedó escuchando aquel suceso.

El concierto acabó y la gente se puso de pie y le aplaudió con un cariño pocas veces visto.

En los pasillos, todos los asistentes, nacionales o extranjeros, melómanos o poco conocedores, adultos mayores o jovencitos, comentaron lo mucho que les había gustado aquel concierto de piano solo. No hubo quien no dijese que se erizó durante el improvisado coro.

El público aprendió, se entretuvo, se emocionó, se conmovió. Es decir, el viaje en piano fue grandioso. Por todo ello: ¡Bravo, maestro Obregón!

Tomado de http://www.nacion.com/viva/2008/marzo/10/viva1456064.html