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9 de Agosto de 2011

Aprender a compartir el pan

Somalia es un síntoma y una advertencia: la cultura se nos está cayendo a pedazos

Una de las consecuencias más desastrosas de la crisis económica y financiera mundial, es la inestabilidad de las democracias. Me refiero a las restricciones que se imponen globalmente, reduciendo gastos públicos en las áreas sociales y culturales. No obstante, en los diferentes foros mundiales se continúa hablando de desarrollo, como si este pudiera darse prescindiendo de las conquistas en las áreas de salud, educación, asistencia social y cultura. Es decir, como si fuera posible, en la actualidad, plantear el desarrollo de un país prescindiendo de la democracia.

En los primeros días del mes de octubre de 1975, llegó a Costa Rica el ministro de Asuntos Ambientales de Inglaterra, señor Anthony Crossland. En su discurso de bienvenida, Daniel Oduber, entonces presidente de la República, manifestó: “Llegamos a la conclusión de que únicamente una democracia efectiva y limpia en el proceso electoral y en la acción gubernamental podría poco a poco plasmar, desde el poder, las ideas de justicia e igualdad'

La democracia política exige ahora, como algo consustancial, la justicia social. Hoy no es posible lograr el socialismo si no es a través de la democracia política y de la exaltación cada vez más firme de la dignidad humana”.

Al contestarle, el ministro Crossland manifestó, entre otras cosas, lo siguiente: Que socialismo no es un término descriptivo, con la connotación de una estructura particular, como producto de la mente de un ideólogo, sino una serie de valores, de aspiraciones y de principios que los socialistas desean ver en la organización de la sociedad, entre los cuales resaltó los siguientes:

a) Preocupación profunda por el pobre, por el marginado y, en general, por el oprimido.

b) Creencia en la equidad, entendiendo por esta más que una sociedad basada en la igualdad de oportunidades o en la simple distribución de la riqueza, aquella más amplia que incluya la distribución de la propiedad, el sistema educativo, las interrelaciones entre grupos sociales, el poder y los privilegios de la industria; es decir, todo aquello que contempla el viejo sueño de una sociedad sin clases.

c) Control estricto sobre el medio ambiente: Vida urbana, ruido, humo y toda clase de contaminación ambiental.

Y terminó diciendo: “Me parece que esas tres metas constituyen la esencia de la socialdemocracia en la década de los setenta”.

Principios vigentes. En la actualidad, la socialdemocracia continúa aceptando esos principios y tratando de realizar esas metas, pero opuesta a esa desastrosa realidad a que me refería al principio, o sea, al desmantelamiento de las grandes conquistas democráticas en lo social y cultural. Y como estamos en este momento celebrando el cuarenta aniversario de la creación del Ministerio de Cultura, no podemos referirnos a la cultura independientemente de los planteamientos económicos del desarrollo ni de las conquistas de la democracia.

Existen dos fundamentales que los socialdemócratas debemos aceptar como principios básicos: el resguardar las conquistas que la humanidad, a lo largo de la historia, ha hecho en el campo del espíritu, y el realizar todo aquello que hace falta para terminar con toda clase de explotación.

En política, tanto nacional como mundial, en desarrollo económico y en funcionamiento de la democracia, la cultura tiene un campo de acción respetable que debemos mantener si deseamos continuar hablando de derechos y libertades.

La cultura es un asunto de pueblos y no solamente de una pequeña élite; no es solo el tratado de filosofía, sino también la aspiración de las mayorías a una plenitud espiritual. Es realidad y aspiración; herencia que estamos obligados a resguardar, pero también a transmitir, enriquecida, a quienes nos sucederán.

No podemos aceptar que la libertad consista en el derecho que tiene una pequeña minoría para suprimir las leyes y los reglamentos que organizan y defienden a las sociedades, en nombre del lucro, elevado a valor supremo, y de la avaricia que le acompaña.

Responsabilidad. En este momento, es imperioso retornar a esa preocupación profunda por el pobre, por todos los oprimidos del mundo, y volver a creer con ilusión en la posibilidad de sociedades democráticas equitativas, en donde se hable, con amplitud y gozo, de libertades y derechos diariamente conquistados.

Hablar de cultura, en este momento, es una imperiosa necesidad porque en el centro de la vida democrática está todo lo que entendemos por civilización, por principios y valores; por justicia, solidaridad y paz.

Por una parte, tratan de desmantelar el Estado democrático y social de derecho y, por la otra, las grandes naciones desarrolladas miran con total indiferencia la miseria que avanza, como en el Cuerno de África, donde once millones de personas están condenadas a morir de hambre.

A unos solo les preocupa la especulación financiera, a otros, la guerra y el poder mundial. A pocos les interesa el hombre, el ser humano.

África es un síntoma y una advertencia: la cultura se nos está cayendo a pedazos, esa dimensión espiritual comprendida en los principios de las grandes religiones y de la más razonada filosofía y que siempre entendimos por solidaridad, compañerismo y amor a nuestros prójimos. Ahora, todos somos vecinos, pero nunca más lejos unos de otros.

Tal vez la máxima expresión cultural de nuestro tiempo se presente cuando todos aprendamos a compartir nuestro pan. No olvidemos que cultura, como término, proviene de cultivo, de esa simbiosis natural de hombre y tierra que hermana amorosamente a todos los seres humanos.

Manuel Obregón López
Ministro de Cultura y juventud

Tomado de: http://www.nacion.com/2011-08-10/Opinion/aprender-a-compartir-el-pan.aspx